Contenidos y asistencia, aspectos a destacar en la jornada de formación de la Pastoral de la Salud (6mayo2023)

Recogemos las ponencias presentadas en la Jornada de Formación de la Pastoral de la Salud del 6 de mayo en el salón de actos de la concatedral de Santa María del Romeral de Monzón.

Se dio inicio al acto con las palabras de presentación y bienvenida de mons. Ángel Pérez Pueyo, obispo de nuestra diócesis de Barbastro-Monzón, de José María Sistac y de Elena Palacín, delegados diocesanos de Pastoral de la Salud.

A continuación, el delegado diocesano José María Sistac pronunció la ponencia «Reflexiones sobre Pastoral de la Salud. Voluntariado e inteligencia emocional. ¿Le sacamos partido?».

La segunda ponencia «La soledad asumida y enriquecedora» estuvo impartida por mn. Crisanto López, de la Unidad Pastoral de Monzón.

Los seres humanos no fuimos creados para estar en soledad.

Génesis 2: 18,21: “No es bueno que el hombre esté solo. Le haré una ayuda adecuada para él. Entonces el Señor Dios hizo una mujer y la presentó al hombre”.

La soledad aparte de ser un estado de ánimo también se refiere a una emoción provocada por el sentimiento de separación de otros seres humanos. Este sentimiento aún puede permanecer cuando estamos en compañía.

Es preocupante como la soledad ha ido en aumento en la sociedad actual, y no solo afectando la llamada franja de la tercera edad sino también otras etapas.

La soledad no solo afecta el cuadro emocional de quien la padece. Además de esto también afecta la salud con dolores físicos e incluso angustias que se somatizan.

Encontramos algunas causas o detonantes por las que se puede llegar a esta situación:

-Baja autoestima: El concepto que se tenga de sí mismo contribuye a ser vulnerable a los sentimientos de soledad:

-Relaciones familiares insanas: La falta de lazos afectuosos familiares contribuye a la experiencia de la soledad.

-Factores sociológicos: Vivimos en una sociedad que tiende a promover la soledad.

Sociedad líquida. Hay individualismo e independencia excesiva que fomenta la soledad.

-Circunstancias temporales y cambiantes: enfermedades, envejecimiento, desempleo, rupturas etc.

-Causas condicionantes: Por salud mental o física de la persona.

-Causas ligadas a la personalidad: por dificultad para relacionarse o habilidades sociales deficientes.

-Hay otras causas externas ejemplo: déficit de recursos económicos, problemas de salud -enfermedades terminales- producen estados depresivos. (Adicciones) o adicciones actuales (Internet, móvil ).

En este sentido es cuando entonces hay la sensación que en nuestro camino desaparecen las personas más queridas y nos vamos quedando solos. Cada vez quedan menos personas             que nos conozcan, que sepan quienes somos, dónde hemos estado, qué nos interesa en la vida. Y la soledad se va colando en la vida.

Papa Francisco: “La dimensión de la soledad se convierte en un problema fundamental para los ancianos y no se puede asumir con buena voluntad, con una visita de vez en cuando”

La soledad y el abandono constituyen uno de los temores que más asustan y preocupan en esta edad. Hay una soledad real que nos aleja de dónde venimos y allí a dónde vamos.

La soledad paraliza las iniciativas, y nos aparca en vía muerta; nos sitúa en “tierra de nadie”. Nos falta contacto humano.

-Vivimos en una isla solitaria sin conexión con la tierra firme donde las personas conviven y se relacionan. No hay puentes ni barcos que hagan escala en esta isla. Y entonces comienza a obsesionarnos el “hacia dónde vamos”.

-Pero hay una soledad que enriquece que ayuda a encarar el problema.

LA SOLEDAD ACEPTADA Y VIVIDA.

-Será fuente de paz y maduración interior.

-No es una herida incurable. Podemos estar solos, pero no sentirnos solos.

-Podemos construir con el amor, con la entrega y con la bondad amistad con otras personas.

– La verdadera imagen de una persona está marcada por el sello del amor.

-El amor nos dice que cada persona vale la pena, que cada persona debe ser acogida, escuchada y amada. No se puede abandonar.

-Podemos percibir que estamos solos, incluso en medio de la multitud, porque entre esa multitud hay pocas personas que podamos hablar de nuestra vida, compartir sentimientos y vivir el día a día nuestras inquietudes.

-Entonces porqué nos sentimos solos? Nos sentimos solos porque no nos entendemos, no nos comprendemos, porque mi vida es distinta de la otra gente.

-A veces las personas con las que vivimos tampoco nos entienden. No les contamos el miedo y la pena que nos da al descubrirnos a nosotros mismos, y nos quedamos sin la posibilidad de decirles nada que puedan entender o por lo que puedan interesarse.

-O falta el estímulo que acompañaba al hecho de ir a la oficina, a la tienda, a la farmacia, al hospital, a la iglesia…o de tomar parte en las reuniones, en las fiestas con personas conocidas. Ahora convivimos con personas con las que antes apenas nos relacionábamos. Antes no teníamos televisores para mantenernos informados; no había internet, ni móviles para comunicarnos con familiares y amigos.

Hoy los tenemos, pero eso medios no curan nuestra soledad, porque no tienen sentimientos, no tienen corazón.

CUENTO: “YO NUNCA ESTOY SOLA”

La fe ayuda en la soledad y nos hace sentir miembros de una comunidad. No podemos ir por la vida como caminantes solitarios. ¿Por qué sentirnos solos si Dios nos acompaña?

-Dios es eterno. No tiene ayer ni mañana. No es de acá no de allá. Siempre es presente. Ha hecho alianza con nosotros:

“Vosotros seréis mi pueblo y yo…”

“Yo estoy con vosotros todos los…”

No es un Dios sordo, escucha y habla. De palabra vigente. No pretendamos escuchar sólo lo que nos gusta.

Es amor que va invadiendo todo silenciosamente.

-Hoy no hay ausencia de Dios sino endurecimiento del corazón del hombre.

No es un Dios de consumo para las horas bajas. Energizante.

No es el Dios-necesidad. Aparece y desaparece en la medida que

aprieta la necesidad.

Mi fe no puede ser intermitente dependiendo de mi estado de ánimo. Sería una fe egoísta, utilitarista, con los ojos puestos no en Dios sino en uno mismo.

La soledad no es una experiencia exclusiva de las personas mayores, se acentúa cuando los hijos ya no están en casa, cuando los amigos se van lejos, cuando los nietos visitan menos, cuando disminuye la capacidad de movimiento y no nos permite ir donde otros.

Pero no estamos solos. Es el momento de descubrir nuevas posibilidades de vida para superar la tentación de abandonarlo todo.

Otras veces se puede pensar que la presencia de otros trae preocupaciones, disgustos y enfrentamientos más que alegrías y satisfacciones.

Esta forma de pensar es injusta porque es mucho más lo que hemos recibido que lo que nos adeudan.

– Contar con los demás es quererlos en sí mismos no con amor egoísta, sino generoso, desinteresado.

– Si nos sentimos solos es posible que se deba a que no miramos alrededor nuestro para ver quién nos necesita.

– Una persona a quien se necesita nunca está sola, no estará aislada siempre hay alguien que le espera, siempre quien le busque, siempre quien le quiera. Son tantos y tantas los que nos aguardan con los brazos abiertos.

-Hay dos tentaciones que salen al encuentro:

* Pensar que la soledad no tiene remedio entonces nos hundimos en el pesimismo y la tristeza.

*Aislarnos como en una burbuja para desconectarnos de la realidad y tratar de vivir despreocupados.

¿Cómo llenamos ese vacío que la soledad deja en nosotros?

Salmo 139 1-12: No puedes escapar del amor de Dios. Él está siempre contigo, guiándote, confortándote y fortaleciéndote.

1 Cor. 12, 4-7 y 1 Cor 12, 26-27: Tenemos dones para compartir. Fuimos hechos para dar. La mejor cura para la soledad es encontrar lugares para dar. Saber gestionar la soledad.

Dios nos ha equipado de fortalezas particulares, porque tiene buenas obras para que las hagas.

¿Hay alguien en el vecindario que te necesite? ¿Alguien en el trabajo, en la iglesia a quien puedas animar?

¿alguien de tu familia que necesites consolar?

En algún momento del camino, nuestra alegría y nuestro sentido de propósito se reaviven y descubrimos que nos estamos tan solos como pensábamos.

“La mayor enfermedad es no ser querido, no ser amado; estar solo

y que nadie se preocupe por ti. Podemos curar las enfermedades físicas con la medicina, pero la única cura para la soledad, la desesperación y la falta de esperanza es el amor. Hay muchos en el mundo que mueren por un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por falta de un poco de amor”

Santa Teresa de Calcuta

La última ponencia estuvo impartida por mn. José María Ferrer, de la Pastoral de la Salud de Barbastro con la ponencia titulada «Identidad de la Pastoral de la Salud y su formación».

La enfermedad es algo que le puede llegar a cada persona y le afecta en lo más profundo de su ser. El que está enfermo experimenta en la enfermedad  su limitación y descubre la soledad, el abatimiento, la preocupación, la angustia e incluso la desesperación. Por otro lado, y de manera ambivalente, la dos cosas, la enfermedad pone en evidencia todo aquello que es transitorio, circunstancial y muestra lo que es verdadero y perdura.

Juan Pablo II decía en una de sus alocuciones: El sufrimiento es una realidad misteriosa y desconcertante. Pero nosotros -cristianos- mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que, tras el pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra alegría, pasar por la agonía del espíritu y desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve válido para lograr la eternidad»

Jesús aparece en los Evangelios como el gran adversario y el vencedor de la enfermedad. Jesús pasaba mucho tiempo con los enfermos. Debido a esta actuación de Jesús, la Iglesia siempre se ha sentido llamada a una especial solicitud hacia los enfermos, procurándoles el alivio y fortaleza. Han sido muchas las Congregaciones religiosas fundadas para cuidar a los enfermos.

Sirva esto como un prólogo, como una motivación para nosotros, y vamos con la primera parte de nuestra reflexión:

I.Identidad del voluntario de la pastoral de la Salud.

Partimos de algo real que se nos cuenta en el evangelio de san Marcos:

Mc 2, 1-12.

Releamos un momento viendo detalles. Estos cuatro que llevan al paralítico, ¿eran amigos suyos? No nos dice nada en concreto el evangelista. Pero, voluntarios eran, e interesados por él también, porque hacen muchas cosas por él: buscar una camilla, transportarlo, superar dificultades como avanzar en medio de la  multitud, desmontar el tejado, buscar algunas cuerdas para poder presentarlo ante Jesús, etc. Y todo por un objetivo final: poner al enfermo delante de Jesús. Tienen confianza en que Jesús puede curarlo y lo llevan ante él. Esta puede ser la historia de la labor de tantos voluntarios de la pastoral de la salud.

Pues desde aquí vamos a identificar algunas notas que identifican al voluntario de la pastoral de la salud. Os las ofrezco por si podemos identificarnos con ellas. Seguramente que son cosas sabidas, y muy sabidas pero viene bien recordarlas.

1.- Nuestro servicio de voluntarios, en principio, es independiente de partidos e ideologías. No ayudamos “a los nuestros”, “a los que piensan como nosotros”, sino a cualquiera que nos necesita, ante quien podemos actualizar el amor y la ayuda que necesita en ese momento.

2.- Un voluntario, cualquiera, pero más un voluntario cristiano, lo que necesita es “ver”, tener una fe de “ojos abiertos”. Los  ojos de la fe no son ojos ausentes o indiferentes. Son ojos abiertos y con profundidad interior. Sin ver no se puede amar. Y si no se ama, no se puede ayudar bien.

Esta es la diferencia entre ser simplemente voluntario o ser voluntario cristiano. El voluntario ayuda, pero, de alguna maneara, quiere, al menos, la recompensa de que su ayuda sirva para algo, o sirva al que ayuda. Si eso no se produce, poco a poco se cansa, se desmotiva, lo deja. No vale la pena. Lo que hago, no tiene fruto, lo dejo.

El voluntario cristiano ayuda a la persona por su puro y simple valor de ser persona, y más, si sabe verlo como un hijo de Dios, como servir al mismo Jesucristo. Esto es de nota; pero es así. Y así es como no se abandona el servicio, la caridad, en definitiva. Aunque, al menos aparentemente, no se vea ningún futo, ni se reciban agradecimientos, se sirve  se acompaña igual.  

Por eso, el amor que ofrecemos, y desde nuestra fe, es gratuito. No pretendemos obtener beneficios en nuestro favor. Por eso podemos atender a cualquiera, sea cual sea su fe o su condición, aunque, a nosotros,  vuelvo a decir, desde nuestra fe, la presencia de Cristo en el prójimo, la veamos siempre.

3.- Y, por otra parte, y en línea con esto, y esta es una tercera identidad de nuestro quehacer como voluntarios, cuando ejercemos nuestra caridad en nombre de la Iglesia, primero, nos sentimos enviados por la Iglesia, y esto es muy importante, y, segundo, no tratamos de imponer a los demás esa fe de la Iglesia. A nuestra fe, y a la Iglesia, la defendemos más, ante los otros,  con nuestro amor manifestado a los  demás que dándoles discursos de que tienen que creer. Creerán más porque les amamos que porque les demos doctrinas. La mejor defensa de Dios y de la Iglesia consiste precisamente en el amor. Los voluntarios cristianos tenemos que ser testigos creíbles de Cristo a través de nuestra actuación: de cómo hablamos, de cómo callamos, de cómo tratamos, de cómo nos comportamos, etc. La caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo  y me vestisteis, enfermo y vinisteis a verme.  Cap. 25, 31-46, de san Mateo.

4.- Avanzando en la identidad, y en el fondo es concretar más esto, el voluntario cristiano se distingue del voluntario social, no en lo que hace, sino en las motivaciones, en los sentimientos que le vienen de la fe, en esa manera de hacer que procura imitar la manera de hacer de Jesús. Y como voluntarios, encontraremos la mejor motivación para tener amor a los demás, en la medida en la que nosotros mismos nos hayamos sentido amados personalmente por Dios. Nuestro amor a los demás nace del primer amor gratuito de Dios por nosotros. Somos don del Amor de Dios manifestado en Jesucristo en orden a ser don de amor para los demás. No podemos perder de vista esta reflexión para no acabar en el activismo o en el hacer sin más. Lo que no podemos olvidar es que lo específicamente cristiano es servir. Jesús no vino para ser servido sino para servir (Mt 20,28) y lavando los pies a sus discípulos, en la última Cena, (Jn 13, 1-17), nos dio y explicó una señal muy elocuente de su servicio.

5.- Una nota más de identificación. Clara, y es una consecuencia de todo lo dicho, pero para que la pensemos también. El servicio del voluntariado no es para el cristiano un privilegio, sino un deber que brota de la fe. Es una respuesta coherente al bautismo recibido y una manera muy concreta de manifestar la caridad, muchas veces con los enfermos acompañada de fe y de esperanza. Como cualquier otro servicio o ministerio en la Iglesia: nace del bautismo.

Nuestro servicio de voluntarios en la pastoral de la salud participa de la misión evangelizadora de la Iglesia especialmente en su misión de caridad y de manera particular con los más necesitados. La misión de la Iglesia es triple: anunciar el menaje a través de la catequesis, celebrar esa fe anunciada en la liturgia y en los sacramentos, y vivir y testimoniar esa fe a través de la caridad. Las tres dimensiones de esta misión están interrelacionadas y cada una exige a las otras. En nuestro caso no tendría sentido, por ejemplo, anunciar que Jesús ama a los enfermos si sus discípulos luego, no aman a los enfermos a la manera de Jesús.

No es posible la evangelización sin un encuentro personal que incluya la escucha, la empatía, la acogida y la comprensión, que son las herramientas que mejor nos permiten llegar al corazón del otro, porque facilitan que la persona se comunique hondamente y que, al hacerlo, se escuche a sí misma, aceptando su realidad, haciendo su propia síntesis de la situación que vive y de su momento vital. Invitamos a leer el capítulo VI de la encíclica Fratelli Tutti, del papa Francisco, en el que habla del diálogo y la amistad social. (Com. CEE.p.49)

II.- Formación del voluntario de la Pastoral de la Salud

Tenemos un principio: no basta la buena voluntad; para hacer bien el bien hay que formarse. Nos sabemos siempre inacabados, siempre en proceso de crecimiento humano y espiritual. Tratamos de hacer experiencia, y esto lleva su tiempo, aquello que predicamos o decimos, porque sólo desde la experiencia  de vida se puede transmitir vida.

También es muy importante “formarse” en la oración. Es necesario para nosotros dedicar tiempo al silencio, a la meditación, a la reflexión y a la oración personal y comunitaria, como consecuencia y compromiso de la misión que aceptamos. Solo desde el Señor Jesús podemos realizar nuestra misión de liberación como él lo hizo. Somos liberados y sanados de forma integral por el Dios de la vida. Aprendemos de Jesús a retirarnos para contemplar lo vivido y nutrirnos en él, para que la misión  que realizamos no sea una actividad meramente humana, por muy buena que esta pueda ser, sino evangelización que sana y libera. (Com. CEE. pp.51-52) Sobre la pastoral con las personas mayores.

Si se trata de servir, que es lo que decíamos, lo de formarse es una consecuencia. Es necesario formarse para servir mejor.

¿Qué es, en definitiva, formarse? Sin entrar ahora en métodos concretos. 

Se trata de:

.- adquirir los conocimientos indispensables;

.- conocer y fortalecer esos signos de identidad que hemos comentado;

.- conocer las propias habilidades para este servicio y desarrollarlas;

La formación se entiende como un proceso, a través de varias etapas, que irán permitiendo afianzase en lo que se está haciendo. El objetivo central del proceso de formación es hacer del voluntario un servidor de los hermanos.

Por eso, más que de una formación puntual, se trata de un proceso continuo de mejoramiento personal, de crecimiento en valores humanos y de compromiso en valores cristianos. Este proceso de formación se lleva bien si se va logrando la unidad entre la fe y la vida, entre lo que se cree y lo que se practica. Es un proceso de conversión y maduración.

La formación ha de partir de la realidad, de las necesidades que debemos atender y de las cualidades de quien va a realizar el servicio concreto que se va a hacer.

Como resumen, es necesario creer que la formación es necesaria. Y que, además, la formación es permanente. Siempre hay que repensar, revisar, evaluar, tratar de mejorar el servicio, etc.

Y pasando ya a puntos concretos de formación, los hay universales y específicos.

Primero, los planes de formación deberían contemplar una formación de carácter general e inicial.

Es necesario un conocimiento básico de la enseñanza y de la doctrina de la Iglesia.  Para esto, el Catecismo de la Iglesia Católica es un medio de gran utilidad. Y añadido a esto, una lectura asidua de la Biblia, sobre todo del Evangelio, ayudada a veces por buenos libros de comentarios que ayudan a  su comprensión. La lectura de la Biblia, del Evangelio, hay que hacerla para meditarla y aplicar sus enseñanzas a la vida concreta de cada día.

Dentro de esto general, más humano pero hoy necesario, es dotar a los voluntarios de un conocimiento básico de lo que supone la Ley de protección de datos y adquirir la prudencia necesaria para emplear y transmitir adecuadamente los datos que puedan transmitirse. Esto es importante, aunque no hubiera ley de protección de datos, como medida necesaria de prudencia y discreción.

Ya, en segundo lugar, sería tener en cuenta una formación específica y propia para determinadas circunstancias que dependerán de las tareas que vayas a desarrollar los voluntarios.

Como ejemplos. Si van a acompañar a personas que viven solas será precisa una formación particular en técnicas de escucha; para visitar enfermos, en general, o a sus familias, saber algo de técnicas de comunicación; si se va a hospitales y hay tratamientos importantes, goteros, o incluso paliativos, mucha más preparación y cuidado en lo que se dice, que sirva para ayudar y, si se ve prudente, poder ofrecer orientaciones espirituales.

Y un añadido, que es también importante y necesario, en este apartado de la formación. Hay que considerar la necesidad de acompañar a los voluntarios, que puede ser acompañamiento personal o grupal. En la comunicación de ese acompañamiento no debe faltar un compartir sentimientos de experiencias vividas y cómo viven ese servicio del acompañamiento en la pastoral de la salud.

(Cfr. CEE Familia y defensa de la vida

“La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones).

Orientaciones para la pastoral de las personas mayores.

Finalmente mons. Ángel Pérez Pueyo clausuró la jornada tras una puesta en común entre todos los presentes.

mayo 9, 2023